4 agosto, 2025
Hace unos días viajé a Querétaro con mi esposa —también ciega— para celebrar diez años de casados. La experiencia fue sorprendentemente incluyente, como retroceder veinte años al Monterrey de principios de los dosmiles.
Por mi trabajo, viajo con frecuencia a Alemania, y una pregunta recurrente es: “¿Qué tal las calles allá? ¿El transporte? ¿Es otro mundo, verdad?” Solía responder que allá la infraestructura es mejor, pero en México la gente ayuda más. Sin embargo, esa respuesta ha perdido fuerza, al menos en Monterrey.
Hoy, la gente ya no ayuda como antes. Vivimos tan absorbidos por el celular, el estrés, la violencia, el calor, la presión económica, que apenas nos vemos entre nosotros. La empatía se diluye en la prisa diaria.
Pero en Querétaro todo fue distinto.
Desde el primer Uber, notamos la diferencia. En Monterrey, los choferes apenas hablan y sus indicaciones suelen ser vagas. En cambio, en Querétaro, todos nos ofrecieron conversación amable, y al saber que éramos ciegos, sin dudarlo, se bajaban para ayudarnos o buscaban a alguien que pudiera hacerlo.
En el hotel también nos sorprendieron. Al avisar que éramos ciegos, nos recibieron con un recorrido guiado para aprender a movernos por el lobby, los elevadores, el cuarto, la alberca y el restaurante. Además, cada vez que salíamos, alguien del personal se ofrecía para acompañarnos.
¿Qué hace diferente a Querétaro?
Es una ciudad grande, industrializada, con tráfico y crecimiento acelerado. Pero su gente aún parece conservar algo esencial: el tiempo y la disposición para mirar al otro. ¿Será un vestigio de una vida más tranquila? ¿O también irán cediendo, poco a poco, al individualismo?
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