¿Qué opinas del lenguaje incluyente?

11 marzo, 2024

¡Uff! ¡Vaya tema!

 

Arranco aclarando que mi “visión” sobre el tema es sesgada, no porque yo sea ciego (disculpe un poco el humor negro), sino porque hasta el día de hoy no he experimentado variaciones en mi orientación sexual ni en mi identidad.

 

Menciono la orientación sexual y la identidad de género porque buena parte del lenguaje incluyente que he escuchado se desprende de estos dos factores.

 

Arranco con mi primer idea clave: lo que hoy llaman lenguaje incluyente dificulta la comunicación.

 

EL ser humano evoluciona muy lentamente. A nuestro cerebro le lleva miles de años digerir un cambio y hacerlo parte de quienes somos como cultura.

 

Esperar que una sociedad adopte figuras lingüísticas como el “todes” o el “elle” resulta un poco ingenuo. Podría lograrse a través de una medida legal. Pero de eso a que una cultura lo adopte hay un trecho largo.

 

Mi primera experiencia consciente con un lenguaje que no llamaré incluyente sino equitativo fue cuando acudí a un diplomado de religiones que dictaba un exsacerdote. Al comenzar su clase dijo: “aquí las mujeres son la gran mayoría, así que los pocos hombres presentes me permitirán hablar en femenino”.

 

Por lo tanto en esa clase el maestro decía cosas tales como: “la religión que nosotras profesemos no es impedimento para explorar otras corrientes”. O “Aquí no venimos a cuestionar nuestra fe, entre más seguras estemos de  nuestra fe, más abiertas estaremos a entender otras ideas”.

 

Para ser sincero, escuchar esa forma de hablar se sentía raro. Pero nunca me sentí ni discriminado ni excluido. Simplemente me pareció racionalmente justo: ellas eran mayoría.

 

Por eso me referí a esta forma del maestro como un lenguaje equitativo, no incluyente.

 

Ahora me paso a un ejemplo relacionado con mi discapacidad. Algunas personas han intentado hacer piruetas lingüísticas al conversar conmigo, y han empleado frases como: “¿escuchaste el partido?” o “¿Escuchaste lo que posteó fulanita en Instagram?”

 

Se siente artificial y fingido. Estas personas piensan que me insultan si usan conmigo el verbo ver.

 

Para nada. Yo me asumo como una minoría no visual en un mundo hiper y mayoritariamente visual. Y eso no me incomoda. Cuando alguien viene y me dice “¿viste la película de barbie?” o “¿viste el superboul?” al margen de que mi respuesta será que no porque ni me gustan las películas ni el futbol americano, me siento incluido y parte de esa minoría porque prefiero esta comunicación que es natural para la otra persona a que intenten sus piruetas lingüísticas que lo único que logran es hacer una conversación empedrada y torpe.

 

Esto me trae a mi segunda idea clave. Es más fácil cambiarme a mí que a una sociedad.

 

Sentirme discriminado, excluido u ofendido es, en gran parte, una cuestión de percepción.

 

Alguien puede llegar y decirme, con la mejor intención: “¡hace mucho que no nos veíamos!”

 

Y yo podría ponerme reactivo y radical: “Sí. Aunque yo sigo sin verte.”

 

Esa respuesta podría ser un chiste de humor negro si se lo digo a un amigo que ya me conoce. Pero puede ser una respuesta que ahuyente a una persona que me lo dijo de buena fe.

 

Esa respuesta es altamente dañina si viene de una mentalidad que me dice: “cuando alguien usa el verbo ver contigo es porque te discrimina y no te incluye, NO considera tu mundo ni tu percepción no visual.”

 

¡Buena suerte con esa mentalidad! Lo que me esperaría sería una vida a contracorriente y cuesta riba. Yo no quiero eso; mi discapacidad ya es suficiente contrapeso.

 

Y eso no significa que renuncio a mi inclusión. Pero yo tengo otro camino. Yo no aspiro a la perfección – a que la gente use las palabras que pienso que son correctas, a que todo a mi alrededor sea accesible, a que cumplan las leyes o las normas que me protegen y me incluyen.

 

Yo aspiro a la ecuanimidad y al aprecio. Con ecuanimidad me refiero a un terreno parejo en las relaciones humanas, que sin importar si usan el verbo “ver” o alguno otro al hablar conmigo, su genuina intención sea incluirme, verme de igual a igual, valorarme y no desvalorarme ni asumir mis debilidades.

 

Y termino llegando a mi última idea clave: prefiero un lenguaje apreciativo a un lenguaje incluyente.

 

Como dije, no me importa si la gente usa las palabras que yo creo correctas o no al comunicarse conmigo. Lo que si me interesa es la intención correcta. Fondo sobre forma.

 

EL lenguaje apreciativo es aquel que valora a la otra persona.

 

Un ejemplo de lenguaje depreciativo hacia mí que soy ciego sería: “¡Waw, para no ver te vistes bien!” “¡Qué increíble que eres papá en tu situación!” Ambos ejemplos tienen de trasfondo el juicio de “pensé que no podrías porque eres ciego”.

 

El lenguaje apreciativo no consiste en exagerar, sino en ser neutral: “¡Me gusta cómo te vistes!” “¡Qué buen papá eres!” Son frases que le dirías a cualquier persona sin discapacidad. Y a eso me refiero con un trato igualitario y con un terreno parejo.

 

Recapitulo: ya es complejo comunicarnos y más complejo entendernos, para encima de esto añadirle trabas al lenguaje. Percibirme discriminado es en buena medida una situación interna que yo mismo puedo sanear al asumirme parte de una minoría que se siente cómodo en las mayorías. Y en lugar de añadirle palabras a la forma en que hablamos, se trata de quitarle algunas expresiones o palabras que están de más, ser más neutrales y reivindicar el valor de la persona con la que converso. Todo esto, claro, desde mi trinchera como persona ciega.

 

Pepe Macías