Música pal desestrés

20 agosto, 2020

 

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Por allá del 2001 tomé un diplomado de guitarra eléctrica. Recuerdo que nuestro maestro hizo un comentario que en su momento me pareció anacrónico: “ahora ustedes tienen acceso a mucha información, tienen a la mano todas las técnicas de la guitarra en videos y revistas. Antes solo uno que otro niño tenía revistas gringas, y si nos las prestaban, aprendíamos algo nuevo, si no, no. Pero gracias a esa escasés de información, sí que practicábamos una y otra vez las mismas técnicas y mejorábamos. Ustedes están dispersos, tienen todo a la mano pero no dominan ni una técnica porque saltan de una a otra”.

En este tiempo de pandemia estamos inundados de consejos para lidiar adecuadamente con nuestro estrés y ansiedad. Hay cientos de personas calificadas y valiosas aportando, pero hay más improvisados aconsejando sin ton ni son.

Hoy el reto no es dar con el consejo, la herramienta o la práctica perfecta; esas ya están dadas. Hoy el reto es hacerlo. Hoy el mundo es un bufet y nosotros somos unos comedores compulsivos.

Tenemos barras y charolas llenas de técnicas, teorías, modelos, herramientas, libros y videos, hay enfoques de amor y paz, ideas orientales y occidentales, hay propuestas psicológicas, sicotrópicas y de todo tipo. Y nosotros vamos, de curso en curso, de webinar en webinar, de gurúes a charlatanes, de improvisados a profesionales, de memes, blogs, videos y audios. Vamos probando de todo, artos, sin saborear nada, sin distinguir sabores y texturas, vamos con el cerebro a punto de reventar, y al final del atracón terminamos intoxicados, indigestos y vomitando todo lo que nos atrancamos. Y tristemente regresamos a ser los mismos de siempre, eso sí, con esa culpa y con esa sensación de fracaso por no poder lograr un cambio sustancial.

El gran reto es: hágalo. ¿Cómo? Pare su piloto automático y practique algo en particular. ¿Es fácil? No, para nada. Hoy su mayor enemigo es el celular y la TV.

La lista de técnicas para calmarnos es casi infinita. Hoy tomo una tremendamente sencilla: escuchar música para relajarnos.

Incluso escuchar música se volvió complejo cuando la empaquetaron en plataformas tipo bufet como Spotify, donde podemos brincar compulsivamente entre estilos, géneros, geografías, grupos y solistas, virtuosos y estafadores.

El otro día me desperté a las 4:00am, y de pronto me encontré en este momento mágico y haciendo este ejercicio que le propongo para sacudirnos las emociones:

1. Resérvese de 15 a 20 minutos. Asegúrese que nadie lo moleste. De preferencia si está solo o sola mejor.
2. Encuentre una posición cómoda: su sillón o silla favorito, su cama o hasta el piso.
3. Seleccione 3 canciones, solo 3, no importa el género, lo importante es que sean canciones que le remuevan los intestinos y le inflamen el corazón. En mi caso mis opciones fueron algo metaleras porque ese es mi gusto.
4. Desparrame sus emociones mientras escucha las canciones. Los expertos dicen que entre más conocemos, sentimos y llamamos a las emociones por sus nombres, más nos familiarizamos con ellas, logramos lo que le llaman “granularidad emocional” y mejor las regulamos. YO hice el ejercicio escrito. Me enchufé los audífonos y comencé a teclear sin pensar mientras escuchaba en contacto con las emociones. Se me ocurre que si escribir no es lo suyo, puede intentar dibujar, moverse, bailar, cantar, gritar, llorar, reír, saltar, o hacer lo que le dicte la entrepierna. Le dejo mi ejemplo:
• Apocaliptica, Beautiful: son los primeros pasos hacia el misterio, los chelos suenan como un arrullo de olas, noto el vaivén de las notas, movimientos de calma y serenidad; pero detrás de cada acorde hay algo inquietante, un cierto misterio, la señal de que algo terrible se esconde y puede saltar en cualquier momento.
• Apocaliptica, Bring them to light: es un Ritmo destructor e incansable; brota a borbotones el coraje y la furia; es una energía incontenible que provoca un corto circuito neuronal y estruja los intestinos. Una cierta calma llega en medio, una contención latente a punto de estallar otra vez; y llega esa sensación de poder romper cualquier muro y cualquier limitante con el poder del hartazgo. Pasos destructores y acompasados, una marcha lenta pero demoledora donde nada ni nadie te puede tocar. Bien asentado, comienzas a subir el ritmo, la marcha se convierte en una carrera demoledora, brillante, imparable, catártica, transpiras lo que sea que te duela en el alma y terminas agotado. El chelo te devuelve a tu centro. Después del caos y la destrucción viene una calma ambivalente entre reconfortante y triste.
• Jason Becker, Thriunfant heart: es una caminata lenta que progresa poco a poco hasta ser un trote apacible; la melodía de la canción es breve, repetitiva, pero como el canto de los pájaros, se repite mil veces en distintas texturas, con fondos diferentes. Hay voces orientales y tesituras occidentales, todas las melodías convergen en el corazón; cada instrumento tiene tonalidades varias, pero cada una te va llenando más y más el pecho. Hay dedos que entrelazan notas que tejen una cierta esperanza. Cuerdas de todo tipo repitiendo las mismas frases. Voces de todo tipo hablando las mismas palabras de luz.

¿Cómo se sintió? Cuénteme. Yo esa mañana, después de desterrar las emociones, me sentí ligero y en calma, listo para echarle más estrés al morral.

Pepe Macías

pepe@dialogoenlaoscuridad.com.mx

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