Progresión y no perfección en el camino de la inclusión

3 septiembre, 2020

Hace unas semanas estudié un curso de compasión. El tema es sutil, algo complicado de aprehender, y los facilitadores nos dieron un consejo valioso: “en el camino de la compasión, más vale mantener la progresión que alcanzar la perfección”.

Intentar ser totalmente compasivo, las 24 horas del día y con todo el mundo es prácticamente imposible. Resulta más efectivo mantener un progreso sostenido, por más pequeño que sea. P.EJ. ser compasivo al menos con una persona difícil, o actuar compasivamente al menos en una situación ante la cual suelo ser por lo general impaciente.

Creo que esta misma recomendación puede aplicar para regular nuestra ansiedad por construir un mundo equitativo. Hoy en día estamos inmersos en la cultura de la cancelación. Juzgamos y condenamos personas y sus actos si nos parecen injustos, discriminatorios u ofensivos. Ejemplos hay miles. Hace unas semanas leí el caso de Emanuel, un hombre que fue grabado a bordo de su coche, en medio del tráfico. Aquel que lo grabó interpretó una seña que Emanuel hacía con su mano como una señal de apoyo al racismo. Subió el video a Twitter y etiquetó a la empresa donde Emanuellaboraba. La empresa decidió despedirlo por comportamientos racistas. Él ha alegado que la seña que él hizo con su mano fue una seña que usa en el tráfico para dar el paso.

Tiene que quedar muy claro: el internet viraliza y evidencia situaciones deplorables e inaceptables, pero de igual forma, viraliza y difunde mentiras, opiniones infundadas y material audio visual falso que es muy complejo de discernir. Además de informar y denunciar, hoy en día un celular se convierte en una herramienta que puede enjuiciar, censurar y destruir.

El internet, y sobre todo las redes sociales, se convirtieron en una vitrina, en una transmisión pública de la vida privada de muchos. ¿Y sabe qué? Nos deja ver, en muchas ocasiones, demasiado de las personas, y resultó que no éramos tan tolerantes como pensábamos, que mucho de lo que los demás hacen no nos gusta, y que estamos prestos a juzgar, a pesar de considerarnos incluyentes y tolerantes.

Logro atisbar el anhelo de los activistas digitales del siglo XXI: construir una sociedad igualitaria e incluyente. Entre ellos me cuento yo, quien desearía un entorno inclusivo para la gente ciega. Y como yo hay personas peleando por las causas de las mujeres, de los indígenas, de las personas de color… Hay quienes pelean por sus propias causas. Hay quienes abrazan a muchas personas en su causa.

Sin embargo creo que algunos de los métodos no son los mejores. Por un lado, muchos nos hemos vuelto hipersensibles a palabras o acciones que juzgamos inaceptables. Después, a raíz de esa hipersensibilidad, terminamos también juzgando y condenando, a veces injustamente.

El asunto con los activistas es que queremos lograr un resultado perfecto y rápido. Muchos nos creemos los protagonistas de esta película llamada vida, y deseamos ser los que empujen y alcancen los logros, y claro que queremos disfrutar de las mieles de un mejor estilo de vida: uno más justo, sostenible y equitativo.

Pero siendo honestos, y asomándonos a la historia de la humanidad, nos ha llevado miles de años llegar a la psicología y a la mentalidad que hoy tenemos. El otro día leía que fue apenas hace 100 años cuando en un zoológico de nueva York se encerró y se exhibió en la jaula de los chimpancés a Ota Benga, un adolescente del Congo, y que hace 200 años se exhibía a Sara Baartman, una mujer africana con un trasero descomunal en circos de Europa y espectáculos privados. Hace apenas 500 años se consideraba a los bebés prácticamente como animalitos salvajes que había que domar, muchas veces con métodos violentos y con ausencia de afecto. Hace 100 años casi nadie pensaba en el bienestar de otros seres vivientes como los animales.

A este respecto, le sugiero leer “la civilización empática” de Geremy Rifkin, donde detalla exhaustivamente cómo los seres humanos sí somos una especie empática y somos una especie que ha evolucionado su pensamiento hacia una cultura cada vez más incluyente. NO obstante, viendo la historia de la humanidad, pensando por lo menos en 5 mil o 10 mil años de historia y evolución, no me queda más que asumirme como un granito de arena en esta inmensidad. Y esto no significa renunciar a mi propósito, sino calmar mi ansiedad de ser yo el que logre una sociedad más incluyente, de ser yo el beneficiario del cambio.

EN mi opinión, vale la pena saborear los logros que hemos alcanzado hasta hoy, y reconocer humildemente los lugares de privilegio donde algunos de nosotros estamos parados a pesar de discapacidades o diferencias. Recuerdo ese texto de Manolo Álvarez, donde afirmaba que el mejor momento para ser ciego es hoy. ¿Cómo sería ser ciego hace 100 años? ¿Cómo era ser mujer hace 200? Vale la pena apreciar lo que hoy tenemos y las posiciones donde la vida nos ha puesto.

MI propuesta es disminuir esta ansiedad por llegar, pues creo que nos puede volver un poco neuróticos y podríamos arrastrar y perjudicar a varias personas en esta neurosis inclusiva. Para resumir: propongo apreciar lo logrado hasta hoy, adoptar una postura de humildad y eso sí, no bajar la guardia ni un solo día, pero sin ansiedad, que siempre domine la progresión sin la obsesión de la perfección.

Pepe Macías
pepe@dialogoenlaoscuridad.com.mx