Pensiones por invalidez

7 marzo, 2018

En tiempos donde parece que la sociedad, al menos en el discurso, le abre la puerta a la inclusión y la diversidad en el ámbito laboral, las pensiones por invalidez se erigen como una desmedida contradicción. Como si en un pulcro jardín, con césped y flores detalladamente recortadas, destacara con toda su substancia, una prominente mierda de perro en medio del paisaje.

Hemos logrado revivir la exhibición de Diálogo en la Oscuridad, ahora en el Planetario Alfa. Para este proyecto, tuve la intensión de contar con los mejores guías con discapacidad visual, y por asunto de estas pensiones, tuvimos que dejar de lado a algunas personas con talento, lo cual me frustró mucho en su momento.

Déjeme le explico un poco sobre este tema. Resulta que si usted adquiere una discapacidad mientras está trabajando, y se convierte en un inválido, según la terminología empleada por los administradores de estas pensiones, usted se hace acreedor a una compensación de por vida y se puede ir a su casa. ¡Bien merecido! Para eso trabajó y para eso pagó sus impuestos, para estar protegido por las leyes y el gobierno.

En el caso de que usted tengo una discapacidad congénita, o que su discapacidad se haya presentado antes de estar laborando, tiene de dos sopas: si está muy jodido, el gobierno le pasa 750 pesotes al mes, ¡y a ver si su imaginación le alcanza para idear todo lo que puede hacer con ese  dinero! La otra opción que tiene, es que sus padres lo pensionen, y que al morir ellos, sus pensiones pasen a usted, inválido, y perpetúen el manto protector de sus progenitores. Igualmente loable la intención de sus padres para protegerlo, si cuenta con la suerte de tener unos padres con pensión.

Hasta aquí todo bien. Mi punto de encabronamiento se da en las restricciones que estas pensiones le imponen a sus beneficiarios, y claro, en la terminología utilizada.

Empezando por el nombre, este sistema de pensión nos pone la soga al cuello: “invalidez”. La RAE dice: “Cualidad de inválido. En las relaciones laborales o funcionariales, situación de incapacidad total o parcial”. NO tenemos que ser muy inteligentes para deducir que “invalidez” quiere decir “carente de valor” y que “incapacidad” se refiere a una disminución de la capacidad para realizar algo.

Las restricciones implican, explicado de forma muy somera, que la persona que recibe una pensión por invalidez laboral, si quisiera volver a trabajar, lo tiene que hacer en una modalidad por honorarios, donde no se le dé de alta en el seguro, porque de lo contrario, la institución que otorga la pensión, suprime dicho beneficio.

Ahora bien, estas instituciones sí tienen su lado compasivo, no vaya usted a pensar que todo es malo. El beneficio de la pensión no se suprime si el sueldo recibido es considerablemente menor al sueldo que percibía el inválido antes de unirse al club de los que no valen. ¡Qué respiro! Merezco ganar algo, mucho menos que antes, porque ya no valgo igual, pero ganar algo al fin.

Las restricciones también aplican para aquellos que serán salvados por sus padres, pues de atreverse a tomar un empleo con todas las de la ley, la pensión de los progenitores, al morir estos, ya no pasa a su hijo o hija con discapacidad, sino que se regresan a las arcas institucionales. ¡Quién le manda al inválido a andar de reveldote y desobedecer la voluntad de sus padres!

Bueno, dejando de lado el sarcasmo, pienso que las pensiones por invalidez, otorgadas por el IMSS y otras instituciones similares, perpetúan el modelo paternalista hacia la gente con discapacidad, además de pisotear su dignidad humana al prohibirles desarrollarse personal y profesionalmente en actividades formales remuneradas. Te mantengo, sí, a cambio de tu pasividad.

Estas pensiones petrifican a las personas en ese preciso momento de su vida, donde el sentido de vulnerabilidad que les creó la discapacidad es tanto, que los ha hecho sentirse atemorizados por su destino y percibirse incapaces de tomar las riendas de su vida económica. Hacen una pintura estática e inmutable de la persona sin valor y le cierran la posibilidad a su rehabilitación, sea física o psicológica. En cambio, esta pensión te da una palmada condescendiente y te dice: “vete a tu casa, inválido, vete a ver TV y a chatear todo el día, no te apures, que yo te daré tu lanita mensual. Ah, pero eso sí, nada de andar trabajando, nada de aspirar a una chambita formal, nada de aspirar a superarte profesionalmente, porque te castigo, y te quito tu dinerito y tu oportunidad de dejar correr tu pobre vida frente a la TV” o frente a tu celular.

 

Me pregunto: ¿es la obligación del gobierno proteger económicamente a aquellos “vulnerables” o que supuestamente no pueden participar más en la actividad económica de la sociedad? Creo que sí. ¿Pero qué sucede en estos tiempos en que los gobiernos parecen perder el poder cada vez más en beneficio del empoderamiento individual? ¿Qué sucede con el rol de la gente ciega? ¿Por un lado nos promovemos como personas capaces de incluirnos en la sociedad y en la vida laboral pero por otro solicitamos el cálido cobijo del gobierno? ¿Se contraponen estos puntos?
Cuando tuve que renunciar a contar con tres personas de gran talento en mi equipo sí me frustré. Sinceramente llegué a pensar que las políticas laborales del Grupo Alfa les estaban cerrando las puertas a estas personas, al no permitirles contratarse por honorarios. Sin embargo, fue la pensión por invalidez, ese recurso que perpetúa el estatus de “incapaces” de la gente con discapacidad, el que activó su mecanismo por el cual, alguien que percibe un dinero por su discapacidad, tiene prohibido volver a trabajar en una modalidad de empleado, dado de alta en su seguro, sopena de perder su dinero mensual. Y claro, fueron estas personas con discapacidad visual y su elección de preferir algo de certeza económica a lanzarse al vacío tenebroso de la inclusión laboral de personas con discapacidad.

Creo que vale la pena repensar los modelos de pensión por discapacidad, pues hoy lo que hacen es pagar por no valer. Hoy estas pensiones reducen posibilidades y postran la voluntad de la gente con discapacidad a una conformidad perezosa y carente de todo significado y trascendencia personal.

Las oportunidades laborales son ya de por sí muy reducidas para la gente con discapacidad, sea en el mercado que sea – formal o informal. Revisemos cómo se pone el panorama, con estas pensiones restringiendo a sus beneficiarios, prohibiéndoles trabajar en la formalidad, u obligándoles a ganar un porcentaje mucho menor del sueldo que percibían antes de adquirir su discapacidad. Estas pensiones se resumen en condenas a cambio de certeza económica.

MI propuesta es que estas pensiones fueran flexibles, y que se adaptaran a la situación actual y real del pensionado. Por ejemplo, si alguien logró incluirse en una empresa debido a que desarrolló nuevas habilidades, o debido a lo que sea, que la pensión pueda entrar en suspensión temporal de forma simple, para reactivarse si acaso al empleado le va mal y tiene que salir del mundo laboral.

¿Más ideas?

Sea lo que sea, hay que entender que en ningún caso la discapacidad significa ausencia de valor, y que en la mayor parte de los casos, la gente con discapacidad seguimos progresando y desarrollándonos, y no somos una pintura estática e inmutable que representa la incapacidad humana. Sea lo que sea, tenemos que trabajar nuestros miedos y no subyugar nuestro desarrollo profesional y personal a una pensión económica, migajas del gobierno.

Pepe Macías