Inclusión a caballo

7 agosto, 2020

Dedicado a Ricardo Tavares

La inclusión está de moda. No obstante, ¿qué tan difícil le es encontrar un ejemplo tangible si le pido pensar en una situación de inclusión que haya vivido?

Yo tengo uno. Hace unos días estaba escudriñando en mis recuerdos, y di con esta gran anécdota, que en términos de inclusión auténtica es casi imposible de superar.

Entré a la facultad de Filosofía y Letras de la Autónoma de Nuevo León en el año 2000. Los primeros días de clase siempre me han parecido terribles. Por un lado, voy a una nueva escuela que no conozco y me cuesta mucho caminar con mi bastón de forma desenvuelta. Por otro lado, ser – la gran parte de las veces – el único alumno con discapacidad en el salón resulta complejo. Por lo general me cuesta socializar. Sin embargo, en esos primeros días conocí a Ricardo.

Pasada una semana de clases y con una amistad muy precoz, un día Ricardo me propuso irnos de viaje a Real de 14. Iríamos 4 personas del salón; sería un viaje de mochilazo. Y aquí me detengo un poco, porque vale la pena dimensionar: ¿se imagina que usted, a los 3 días de conocer a una persona ciega, le proponga hacer un viaje juntos?

YO tenía unos 19 años y aun así, mis papás no me querían dejar ir. ¿Quién era ese tal Ricardo? Pero mi hermano mayor intercedió por mí: ¿qué tan común es que alguien que ve invite a Pepe a un viaje casi sin conocerlo? La pregunta no necesitaba respuesta. Mis papás me dejaron ir.

Nuestro autobús nos dejó en Estación 14, un pueblito al pie de la montaña en cuya cima está Real de 14. Ingenuamente comenzamos a caminar montaña arriba. La noche y el cansancio nos alcanzaron. No había muchas alternativas, solo regresar a Estación 14, esperar la mañana y rentar un jeep.

Pero como usted ya sabrá, Ricardo era osado. Propuso rentar caballos de un señor que vivía en la ladera de la montaña. Aceptamos.

“¿Cuántos caballos quieren?” Preguntó el señor.

“Cuatro”. Dijo Ricardo sin titubear.

Yo pensé: “¿lo cual significa que yo iré solo en un caballo?”

En efecto. Pasados unos minutos Ricardo me entregó unas riendas. “Aquí está tu caballo. Ven para que lo toques. ¿Ya te has subido a uno?”

¿Qué hace uno cuando la inclusión le cae de chingazo? Fajarse y entrarle. El pensamiento que me ayudó en ese rato fue: “el caballo sí ve”.

Cabalgamos casi 4 horas hasta Real de 14. Claro que hubo momentos de incertidumbre, sobre todo cuando los demás me adelantaban y los perdía de oído, y entonces tenía que espolear a mi caballo. “Él sí ve. Él sí ve”, me tenía que recordar cuando galopábamos por el angosto sendero bordeado por un voladero.

La única consecuencia lamentable fue un dolor terrible de culo que me duró dos días. Por lo demás, fue un episodio pleno de inclusión, de una amistad auténtica entre dos personas que son capaces de ver más allá de sus diferencias.

Alguna vez me platicó Ricardo que sus papás le decían que él era un imprudente cuando estaba conmigo, que no me cuidaba. “Ah chinga, que se cuide él”, era la sabia respuesta de mi amigo.

NO hay otro camino: la verdadera inclusión se da cuando existe un poco de imprudencia, curiosidad y valemadrismo. La otra inclusión viene de cursos, talleres y artículos, por lo que tarda mucho en crecer, camina torpemente y es algo artificial.

Pepe Macías

pepe@dialogoenlaoscuridad.com.mx